Al levantarse el primer día, después de los cientos recorridos, empezó a ver claro que es lo que quería. Quizá solo fue una parte de un deseo, pero fue un todo. Pero el miedo empapelado en las habitaciones del devenir, provocaba que cada día acudieran dudas a su puerta.
¿Qué hacer? ¿Eliminar los interrogantes que encerraban la respuesta en un pequeño y oscuro intersticio?
Conocía la respuesta, el problema flotaba en la realidad. ¿Cómo convertir los pensamientos de ese primer día en algo tangible, en recuerdos vividos?. Quería tocar los deseos, no solo con la punta de los dedos, tocarlos con todo su cuerpo, conocer la verdad y guardarla en una caja sin cerrar.
Se perdió entonces en los muros que inundaban las calles cercanas y conocidas. Caminó entre pequeñas gotas sonoras, cada nota, un paso. Formó una melodía inacabada. Buscó acordes para que la partitura cuadrase, para que el orden invadiera los ecos.
No le apetecía llegar a casa, no quería llegar a casa para encontrar palabras capturadas. Quería leer esas palabras libremente dibujadas en las paredes de las estaciones, en ventanas de trenes de invierno, en los equilibrios con los brazos extendidos sobre las vías, en espejos guardados en la maleta, en sus manos, en sus ojos, en el sol que agoniza al final de la fotografía, en los "asientos azules" de Rimbaud, en las sonrisas de Benedetti, en un otro día soleado de Belle & Sebastian...