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March 22, 2009



Antes había una carretera vieja y manchada. Coexistían en sus márgenes diferentes edificios de colores olvidados y desordenados huertos llenos de cariño y faltos de gusto. Había también tantos pinares como tu imaginación lo precisara, pero con los reales ya era suficiente. Árboles que jugaban a conseguir ángulos imposibles, que albergaban familias enteras, tan enteras que se llevaban parte de sus casas con ellas. Recuerdo que no lo entendía justo antes de cruzarnos con una ballena alegre y un cocodrilo llorón, donde si que se habían vertido algunas lágrimas cuando creías saber patinar y de golpe te dabas cuenta que no.
Recuerdo llegar ante una playa demasiado grande, una vasta extensión de arena que parecía comerse tus pies. Recuerdo bocadillos y latas de cocacola. Cubos, palas y excavaciones a China. Olor a crema bronceadora. Gafas de bucear y tesoros hundidos a modo de monedas de 25 pesetas. Textos tras una avioneta y una propia de porexpan que pilotaba a través de un hilo de pescar.
Una barca de color verde humedad anclada en la orilla a primera hora de la mañana nos acercaba los aromas del profundo mar. Alguien sin rostro vendía el pescado de la madrugada y contaba historias de cangrejos gigantes y peces mágicos. Un día empezamos a crecer con su ausencia.
La carretera es gris, perfectamente gris y los edificios hacen juego con en el entorno. Pero los pinares permanecen. Recuerdo mucho menos, me invento mucho más. Tengo la sensación de haber extraviado algunos años.

Un día como hoy, en el mismo lugar, me he encontrado una parte, días a lo sumo.




Foto: Castelldefels - 08

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